Medicina veterinaria

No deja de ser curioso que el autor del más culto y completo tratado de Veterinaria —mulomedicina era el nombre que recibía en la Roma imperial— llegado hasta nosotros sea asimismo el autor de un buen tratado de arte militar —la Epitoma rei militaris—. Alto funcionario imperial de fines del s. IV y comienzo del s. V, sin duda consideró que el buen estado de salud de las caballerías era esencial para una parte importantísima de la ciencia militar: el transporte de tropas, material y vituallas necesarias para coronar con éxito cualquier acción bélica. Por otra parte, era notorio que el cuidado de las bestias, con alguna honrosa excepción, estaba relegado a prácticos de segunda o tercera fila y, si se llegaban a redactar tratados en latín, se daba lugar a textos plagados de vulgarismos, como la Mulomedicina Chironis. Pero no sólo es útil el ser un buen veterinario, sino que, si bien se mira, es mucho más difícil que ser un buen médico, pues el médico tiene a un paciente inteligente que le ex-pone sus síntomas, mientras que el veterinario ha de colegir de síntomas nada elocuentes la raíz del mal de la bestia. Y así se va hilando una serie de síntomas con sus correspondientes remedios o alivios: desde el muermo a la parálisis, pasando por las mordeduras venenosas o el reúma; desde la sangría a la construcción de un «potro», no como instrumento de tortura, sino de salvación... Y todas estos modos y recetas, escritas en un más que aceptable buen latín, fueron vertidas por vez primera a nuestra lengua por su traductor, José María Robles, con tanta acribía como cariño.

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